autistas y mutantes

genealogía de un fantasma: la brújula solar en su principio autista -hasta coincidir con el mutante. umbral de los nuevos estados.

sábado, febrero 25, 2006

2. corza y peltre: animales (y) lunares

Fue entonces cuando abrí los ojos: los vi. Si el tipo alto y barbado te miraba directo a los ojos, enseguida sabías lo que él quería que supieras. Me hizo entender que se llamaba Peltre —lo que más tarde confirmé—; por ese misma vía supe que Corza, la bella joven, era con él una y par, que era intocable; que a ella debía guardarle respeto y a él temor. Esa “cláusula” comprendía que me estaba prohibido pronunciar palabra alguna o moverme o correr. Acaté lo visto.
Peltre dio la media vuelta y se dirigió al bosque; eso significaba que debía seguirlos. Entre los altos sauces donde el color de la noche era cribado por la fronda de estos árboles apenas podía distinguir el camino. Llegamos por la sinuosa ruta a un claro de bosque, un círculo verde de hierba que se acoplaba muy bien con la sombra redonda de la luna; su resplandor encallaba perfectamente. No contaría esto sino fuera porque en ese instante, cuando Peltre cayó en la cuenta de que el pilar de luz cayendo desde la luna justo en el diámetro del bosque era una señal, se detuvo. Eso lo supe porque Peltre, al detenerse, volvió el rostro para mirarme; naturalmente yo no podía decir una palabra. Pero Corza sí.
Mientras Peltre se dispuso a hablar con las partículas de luz —lo supe porque vi sus ojos reflejarse en el nítido pilar— Corza parecía darse cuenta de algo, creo que con el olfato. Por mi parte[1] registré, no sin asombro, que tras los animados saltos (volando) que Corza daba de un lugar a otro mientras su compañero callaba como si el silencio fuese una actividad, se veía seguirle el rastro difuso de un enjambre de abejas, sombras de estos animales. Sin embargo, cuando quise encontrar a los insectos no vi nada. La sombra de Corza eran muchas abejas; su cabello era dorado y ondulaba dejando caer un rumor dulce; yo podía escucharlo. Peltre continuaba en silencio; Corza exclamó entonces, con poca prudencia y para desagrado del discreto: “¡Quiero jugar con todos los animales!”.
Peltre dirigió a ella su mirada sopesando algo, indicando una medida, pero comprendiendo que ella interrumpiera. Es que Corza era ciega, ahora lo entendí. Peltre extrajo de un pequeño bolso que no había distinguido en su atuendo la pequeña colmena de miel, y algo balbuceó suavemente en él. La colmena era un medio entre ambos, me pareció en primera instancia; más allá de eso, era la integridad de Corza. Lo que dijo al objeto debió ser que ella no rompiese el secreto, que él necesitaba esa veda y, lo más posible, algo parecido a la soledad, a pesar de nosotros dos —o de ellos dos.
De inmediato observé retirarse la silueta intangible de una pantera, un banco de peces que apenas y humedecían el aire así como un bandada de pájaros rompió, allá a lo lejos, obedientes; también el perfume de violetas que se había apoderado de la atmósfera desapareció de repente. No sé de qué fuerza se valiera Corza para que eso abandonara el lugar, pero estoy seguro de que fue su instrucción y deseo.
Con un poder inédito, Peltre volvió de su conversación con la luz. Era tanta la habilidad recopilada aquella noche en el claro de bosque que —Peltre debió pensarlo— no hubo que cruzar el bosque. De un momento a otro, y sin que nada hubiese ocurrido en ese lapso, los tres estábamos ante las comisuras de El Ecuador; eso no se hizo advertir: ya había amanecido.
Nada había ocurrido en ese lapso, salvo: el poderoso pensamiento de Peltre, idéntico a la realidad que, ahora, nos tenía —sobre todo a mí— a unos pasos de la vida que después sería mi único destino y que el hombre alto y barbado, tal vez, ya habría escuchado de la luz en aquel claro de bosque, cuando pidió serenidad a La Corza de la Mañana, princesa del verde, para escuchar mejor.



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[1] A medida que pasaba más tiempo en la isla, advertí que mi percepción se refinaba cada vez más; o, bien: que empezaba a recordar, como si fueran descubrimientos, cosas que ya sabía.